Mundo Recorrido se adentró en el Castillo de Oropesa, en Toledo.
Castilla La Mancha tiene los campos más inspiradores al esbozar en ellos, sus maravillosos paisajes medievales a modo de lienzos, donde los castillos son los protagonistas. Algunos convalecientes, y muchos de ellos en increíbles estados de conservación, el castillo de Oropesa y Corchuela, al Noroeste de la comunidad es un caso digno de visitar y vivir, pues nos ofrece un recorrido no sólo arquitectónico sino temporal.
Oropesa ya cuenta con todo un abanico de posibilidades sobre el origen de su nombre, pero todas, con un carácter histórico, pesan lo mismo, es decir, son muy válidas. Nosotros nos quedamos con el juego que su nombre encierra, pues definitivamente es un lugar en el que todo su conjunto, histórico, geográfico y social, pesan oro.
Con una organización urbanística clara y breve, Oropesa nos brinda un fácil acceso al imponente castillo que desde la carretera se divisa. Cuenta con una estratégica ubicación, que reafirma la sabiduría de la planeación de estas edificaciones cuya primera finalidad era el resguardo y la protección.
Al acercarse a sus imponentes muros, inmediatamente asegura un viaje en el tiempo. Imaginar su construcción no deja de sorprender nuestra razón y nuestro actual entendimiento, desatando las más maravillosas hipótesis.
Este Castillo cuenta con torres flanqueantes, torres esquineras, una torre de homenaje o principal, todas ellas en perfecto estado. Sus almenas perfectamente delineadas, los famosos matacanes, su patio de armas, trojes, caballerizas, y vestigios de lo que podría haber sido la vida cotidiana dentro de esta fortaleza.
En uno de los ángulos de la torre esquinera y el muro se puede observar una jaula humana, de las utilizadas como instrumentos de tortura. Solían ser imágenes ejemplificadoras para evitar que se cometieran delitos cuyo castigo pudiera ser tan fatídica consecuencia. El hecho de pensar en lo terrorífico de estar colgado a esa altura y además expuesto al clima, paraliza la razón.
La temperatura en el interior del castillo parece mantenerse fresca en los días calurosos. Los gruesos muros se pueden reconocer en las ventanas que suelen dejar al descubierto estos rasgos.
Con perfectos habitáculos definidos para la guardia, el recorrido permite identificar el salón de descanso, de comida y de vigilancia, que con el tiempo siguen manteniendo el ambiente original.
Las torres pueden ser recorridas por angostas escaleras de irregulares escalones que a modo de espiral, nos preparan para espacios magníficos. En las partes altas de éstas, la panorámica es total. Se tiene un completo control de todo el paisaje que permite identificar inmediatamente a distancias extremas si se acercaba algún enemigo o quizá simplemente algún mensajero. Desde sus almenas, se podía refugiar perfectamente en caso de ataque. Los matacanes, estratégicamente preparados para atacar al enemigo que se encontrara más cercano hasta hacerlo desistir, y ciertas cruces huecas por las que las ballestas podían disparar otorgando protección y resguardo a quienes las cargaban.
Las banderas ondeantes en sus astas simulan lo que habrá sido ver las auténticas jugando con el viento, y ensalzando en sus símbolos, al reino.
El recorrido del castillo también permite el acceso a las trojes, donde solía acumularse el grano, semilla o forraje que seguramente se guardaba a modo de previsión para los inviernos donde probablemente la producción se veía diezmada. Estos espacios, son grandes naves abovedadas, con ciertas vigas o estructuras, que incluso mantienen la temperatura y la luminosidad moderada, generando un espacio ideal para la conservación. Ahora como grandes salas de exposición, permiten imaginar cómo lucirían en tiempos pasados.
Las caballerizas también exponen una forja de campanas como un emblemático taller de Oropesa. Describiendo lo complejo de este proceso, se sabe que la forja de varias de ellas se realizó satisfactoriamente en estos primitivos talleres. Con gran maestría, se puede contemplar la astucia para lograr el vaciado de las campanas. Todo un proceso muy interesante y curioso. Dar vida a un instrumento de gran magnitud seguramente tendría su recompensa para el meticuloso esfuerzo, al oírla repicar en alguna torre.
Para realizar una parada técnica y repostar con un buen aperitivo, existen varias opciones concentradas en la vía central del pueblo. Nosotros recomendaremos “El Mesón de Carlos”, que además ofrece un menú con cocina casera de muy buen sazón y producto local. El trato amable de los vecinos hace que uno se sienta en casa, o en castillo, mejor dicho. Para encontrar este punto, es fácil referencia la torre solitaria que hospeda un reloj que fiel rige el tiempo.
Al salir al pueblo, el recorrido de sus calles parece atrapar al tiempo con una arquitectura de antaño que brinda un aire clásico. La artesanía del lugar es de los principales productos que son fáciles de encontrar y enamoran a la vista inmediatamente. Generalmente de carácter cerámico, también podemos encontrar el textil.
Un gracioso detalle que encontramos en sus calles, es la constante de murales medievales. Intentando alcanzar los tiempos modernos, pintan sus paredes, pero en lugar de que encontremos stencil o firmas, su graffiti es parte de la ciudad con un sello artísticamente medieval.
Nuevamente confirma con todos sus detalles, que paseando, es fácil encontrar a caballeros y doncellas de la era digital.