El enclave natural de las Barrancas en Toledo, es considerado un conjunto de elementos naturales que conforman un orgullo natural de la provincia, otorgándole el adjetivo de monumento debido, indiscutiblemente, a su magnánima e imponente belleza.
El Río Tajo, uno de los protagonistas de este sitio, brinda la humedad suficiente al terreno, que en las manos de los fuertes vientos, juega el papel de arcilla, permitiendo esculpir sobre él, las cárcavas que podemos contemplar en Las Barrancas.
Con un color rojizo, producto de los sedimentos de la tierra, los meandros del Tajo, en su constante movimiento que confirma la increíble fuerza y vida del río, trabajan sobre éste, humedeciéndolo y con ayuda del viento esculpiéndolo, erosionando la estructura, logrando esas formas caprichosas y geométricas que parecieran simular pañuelos o trozos de tela, por los escarpados pliegues que llegan a presentar.
Las Barrancas son un paisaje cuya factura siempre es cambiante ya que el viento y la humedad no pueden controlarse para esculpir aquellos sedimentos. De esta manera, la naturaleza se vuelve la única que dicta cuáles se mantienen en pie, cuáles seguirán siendo moldeadas o cuáles empezarán a hacerlo.
En Las Barrancas existe también un contacto directo con la naturaleza. La flora y fauna del sitio existen como habitantes y dueñas totales, por lo que hay que recordar recorrer este paraje con respeto y evitar en la medida de lo posible, intervenir de manera negativa.
Cuenta con una zona de recreo acondicionada perfectamente para un picnic y las sendas del camino están claramente señalizadas.
Los miraderos nos permiten tener una perspectiva cercana de todo este paisaje. Parece increíble encontrarse en un punto desde el cual se puede contemplar toda la línea del horizonte como una gran maqueta que ha incluido en su escenificación los campos, las aves que acompañan con sus cantos, y el cielo, que armoniza con aquella agua aparentemente calma.
Recorremos las sendas, y nuestros pasos suelen ser los únicos que marcan algún ritmo. El sonido de los cantos rodados al golpear nuestras suelas, parece arraigarnos más a la tierra. Se vuelve casi un símbolo de la cercanía con la naturaleza que se experimenta en este entorno.
Al mirar los campos, con las diferentes tonalidades de verdes posibles, se descubre un maravilloso juego del viento que surfea sobre la hierba. Pareciera que vemos pinceladas, similares a las que Van Gogh intentó capturar en sus lienzos. Esos bailes hipnotizan un buen rato, porque las olas de los campos, parecen ser recorridas por un viento que no avisa si irá de izquierda a derecha o viceversa, o arremolinando la hierba, produciendo un efecto cromático mágico.
Las aves cruzan los caminos dando saltitos evitando alzar el vuelo. Así es fácil contemplar hermosos ejemplares cuyos cantos son variados y definitivamente parecen estar comunicándose entre sí.
Una cigarra coincide en el parabrisas de un auto en la zona del parking. Es inquietantemente grande. Tanto que permite contemplarla sin necesidad de una lupa. Sus ojos aparentemente opacos, sus patas articuladas como toda una estructura mecánica perfecta, producto de la naturaleza. De un salto, abandona la zona “de estudio”.
Las nubes buscan en el agua el espejo para reflejarse. El viento las ayuda a viajar rápido. Las flores anuncian que la primavera ha llegado. Los colores son amables con el paisaje.
Podemos observar durante largo rato las cárcavas, intentar incluso encontrar rostros o animales. Pareidolias que la naturaleza, seguramente no tenía intención de esculpir, pero en su artístico movimiento de cambio de estación, juega con el viento y la humedad, para hacer de este paraje, un rincón artístico al aire libre que quiere compartir con quien esté dispuesto a contemplar.