La ciudad de Madrid acoge esta semana el WorldPride 2017, la gran fiesta mundial del Orgullo LGBT que se celebra en el Barrio de Chueca y algunas de las principales calles de Madrid.
Antes lo que más importaba al conocer a una persona era saber su nombre, sin embargo actualmente parece que este puesto lo ocupa el saber qué le gusta, vamos, con quién se acuesta. Y entonces, se envuelven toda una serie de prejuicios y pesos sociales, en donde la vergüenza contamina los grupos principalmente. Se castiga lo natural y se obliga a entrar en modelos considerados “correctos” o “normales”.
Entran en todo este juego de vocablos que nada tienen que ver como “anormal”, “normal”, o bien vocablos peyorativos que denigran a lo que llamamos géneros, que en realidad es a todos.
Tomemos lo mejor del ser humano y celebrémoslo. No es necesario cambiar las imágenes de los semáforos, ni teñir la ciudad de colores, porque en realidad la ciudad ya tiene colores. Y son maravillosos tal y como son. Y la vida misma tiene imágenes más hermosas que la de los semáforos que parpadean al caducar su luz verde.
Una pareja que se quiere, que se ama, carece de género. De normalidad o anormalidad. Porque todos somos colores diferentes que colorean este paisaje, y se necesitan todos los colores para que sea perfecto. Preferimos un lienzo a color que uno en blanco y negro, porque no queremos vivir de exposición, encerrados de cara a la galería, sino en esta vida que nos ofrece afortunadamente amor, libertad y la oportunidad de luchar por ambos.
Como dice Cindy Lauper en su canción “true colors”, “todos los colores son hermosos”.
Si eres azul, amarillo, verde, rojo, violeta, blanco, negro, gris, cualquier color tiene lugar en este mundo.
Si vistes de azul, ya seas muñeca o príncipe, o los dos o ninguno, también hay sitio e incluso palacio para ti, tal y como lo describimos en nuestro Mundo Recorrido del Palacio de cristal.
Aquí les contamos una fantasía de color, muy adecuda con estas fechas:
En la noche siempre se ven todos cobrizos. No hay rubios, morenos o pelirrojos. No. Todos son cobrizos. No hay azules, verdes, violetas o fucsias. No. Todos son cobrizos. Y es increíble. Parece que la luna en lugar de bañar con una dosis de plateador de marca comercializada, reparte, para no trillar el bronceador, una nueva sustancia que nos vuelve a todos cobrizos y es de marca blanca. La luz ámbar de las calles contribuye a acentuar esta tonalidad. En estas noches duotono ocurren miles de historias que son fáciles de olvidar. Cuando las horas comen a los minutos, afuera el tono cobrizo invita al anonimato.
La noche atrae con las pequeñas verbenas montadas como peregrinaciones dirigidas a diferentes sitios.
Las almas envejecidas rejuvenecen con el sábado prometido en descanso. Se presumen nuevas a pesar de saber la rutina circular del paseo nocturno y sus paradas.
Las calles pintan un camino cobrizo, como el del famoso cuento, aunque sin valentía, sin inteligencia y sin corazón, y aún así se busca llegar a casa.
Es tan fácil volverse salvaje, a esas horas y en esos escenarios donde sólo se responde a los instintos. Los deseos se vuelven cobrizos. Como los cables que transportan electricidad. Los besos se vuelven impulsos eléctricos. La energía detona en un destello de luz. Se enciende el corazón como una bombilla.
Es tan fácil volverse de paja porque la arcilla está trillada en estos tiempo. Es tan fácil ser de hojalata y pretender que nada te toca bajo la luz cobriza. Que nada te atraviesa. Sólo ruegas que el clima esté de tu lado y no llueva esa noche, porque tampoco el agua te atraviesa pero te oxida. El león cree que todos son de su condición. Es tan fácil entregarse en la batalla convencido que nada te tocará.
Y entonces, el efecto cobrizo del panorama, va cambiando, acompañado de pájaros que revolotean eufóricos anunciando el día. El efecto cobrizo despeja los filtros y deja ver que para mala suerte del protagonista del cuento, es león y es cobarde, es de paja y no piensa, es de hojalata y no tiene corazón, es tarde y se tiene que regresar a casa.
Este año la sede de la celebración del orgullo ha caído en la hermosa Madrid. Orgullo mundial, que por unos días olvida las luchas, las torturas, las palizas, el rechazo, de los que buscaron construir un camino de baldosas amarillas, para encontrar “algún día, sobre el arcoiris…” Y se transformó la celebración en un mercado que se traduce en beneficios económicos para algunos sin cerebro, sin corazón y sin valor. Porque aún hay mucho camino que recorrer y construir.
Vivamos a todas horas orgullosos de nuestros colores. No limitemos el orgullo a una semana que vende banderas multicolor sino toda la vida pregonemos el respeto por nosotros mismos y por el otro.
Luchemos por los derechos de igualdad e integración. Respetemos. Sigamos el camino de baldosas amarillas, y quizá, algún día lleguemos a casa, a ese sitio perfecto “over the rainbow”.