Toque de silencio para el cuartel. Los cuarteles olvidados de Carabanchel.
Carabanchel es un de los distritos de Madrid, sobre cuyo nombre rondan muchas hipótesis, no así sobre su origen como pueblo. Siendo uno de los asentamientos más antiguos, se sabe que en sus terrenos hay un arroyo, llamado Arroyo de los Meaques. Apoyándose en ese nombre, los romanos, del mismo modo que los árabes, que ponían nombres geográficos basándose en las condiciones o características del terreno, dan nombre a la antigua Miacum, que hay quienes creen es Madrid como tal, y hay quienes creen que corresponde a Alcorcón. Aunque no se sabe a ciencia cierta la ubicación de dicha Miacum, lo que sí convence a una mayoría, es que el nombre puede provenir de Miaco o Meac, precisamente del arroyo anteriormente mencionado.
Carabanchel, en su estructura etimológica es el resultado de Carab o Karab que significa Maquea, Ciudad de los combates. Y dicho vocablo tiene cierta similitud o puede ser propicia para una confusión con Meaque. Todo esto es sobre el nombre de este actual distrito, antiguo pueblo, que se describía como: “un asentamiento con su límite en un arroyo”. Sabemos que por otro lado, otra de sus delimitaciones naturales es el Río Manzanares, que lo “separa” de otros distritos de Madrid. Antiguamente, también se sabe que personas de otros sitios venían a este asentamiento en busca de expansión o amenidad y realizaban toda esa movilización en caravanas, a las que denominaban caravana alta o caravana baja, y de ahí se reafirma el nombre con el que actualmente conocemos a este distrito.
Desarrollando en su pueblo infinidad de actividades de gremios y oficios, se reconocen por llegar a posicionarse a nivel nacional varios de estos. Tal es el caso de la familia Huetes, que levanta una fábrica de botones para abastecer a los sastres de los uniformes militares que en el pueblo son muy usados por una gran porcentaje de habitantes. Así, aquellos pequeños objetos con águilas talladas o escudos, se perfeccionan, y con trabajo y tiempo devienen en objetos altamente valorados. Comienzan también a manufacturar insignias militares y se vuelven reconocidos incluso por la Casa Real, que otorga a la familia el merecido reconocimiento por la elaboración de dichas insignias.
Ubicado en uno de sus límites, a la salida colindante con la actual carretera A5 se encuentra la zona más conocida como Campamento, que cuenta con una estación de metro homónima y se caracteriza por un ambiente de acuartelamiento militar.
Edificadas a principios del siglo XX con la finalidad de brindar una protección a la ciudad por ser uno de los accesos a ella menos protegidos, se levantan estructuras que parecen ser pequeñas ciudades, para aquellos que las habitarían: el cuerpo militar.
Actualmente un alto porcentaje de esas edificaciones están en desuso, otras tantas han sido totalmente demolidas y en esa zona, parece respirarse olvido, misterio y veto.
A pesar de las fortificaciones “blindadas” con altos muros, alambre de púas, o ventanas y puertas selladas, la intervención humana a pasado las restricciones y ha dejado huella de ello modificando lentamente estos edificios que, privados de uso, reciben aerosoles clandestinos.
Construidas y organizadas como pequeñas ciudades, esta zona cuenta con calles empedradas cuyas aceras también han sido víctimas del olvido, y la naturaleza ha reclamado de nuevo su terreno, al permitir al césped y demás hierbas, volver a crecer libres, para convivir paradójicamente con los postes del alumbrado y la carretera pavimentada.
El silencio parece dominar este espacio. Caminar por aquí, te hace sentir el peso de un pueblo antiguo, de su historia. Y en tu cabeza al concentrar la mirada en alguna de aquellas ventanas con cristales fracturados parece recrearse el sonido o el estrépito de ese cristal estrellado, aunque todo sonido, se topa con ese manto de silencio que te recuerda el olvido que te rodea.
Aquí las ventanas, geométricas, se vuelven entonces pequeñas mirillas que te dejan ver el interior ultrajado, con pintadas, con restos de tiempo.
Lo que en alguna época tuvo como sonido aquellas cornetas, con sus toques de Diana, lo pasos acompasados de escuadrones ejercitando, las voces de capitanes, los uniformes con una estricta y perfecta pulcritud, hoy parece recibirnos una percha vacía. Una corneta sin músico que sople y que transforme al viento en un toque de retreta. Un campo llano, muerto o agonizando, con hierba creciendo por los posibles resquicios por los que se abre paso. Las paredes lloran la ausencia, y las manchas de humedad tiñen lo que queda inalcanzable para el aerosol rebelde.
Aquí nos preguntamos sobre lo paradójico del hombre. Sobre su paso perenne por esta vida. Nunca nos vamos del todo. A pesar del silencio, de los uniformes imaginarios, de aquellas mirillas que fortificadas son sólo dientes mellados de lo que en su momento fue una sonrisa y ahora parece sólo una mueca, a pesar de todo eso, queda una huella útil. Aún está vivo todo ese ambiente, toda esa algarabía matemática, que, con horarios, rige vida.
Va cayendo el día, el atardecer se resiste a irse y parece arañar las paredes del silencio. Parece rasguñar los muros con sombras que se vuelven radicales. La geometría y repetición de las ventanas cansadas dejar entrar el viento y los pájaros sin labor de centinela. Los caminos, ya de por sí poco transitados, se vuelven aún más austeros, y es raro que alguna luz móvil los recorra.
Paralizados, frente a frente, se reta a esos gigantes que parecen débiles, agotados, bañados en exceso de tiempo. Y responden con silencio. Miro los botones de mi chaqueta, de manufactura simple y en serie, visualizo aquel escudo que intenta mantenerse al tiempo, rodeado de una pared con la pintura ajada, con árboles que mustios, intentan, más que sombra, dar discreción.
Todo por la Patria, se yergue con la mirada sostenida, al horizonte, al mañana o al futuro. Hoy, un toque de Silencio arrulla la zona. Los cuarteles duermen.
Si quieres conocer más sobre la historia del distrito de Carabanchel, recomendamos: Crónica de los Carabancheles, selección de textos de José María Sánchez Molledo, Edit. Everest, 2004.