En la actualidad esta antigua mina ubicada en lo alto del Puerto de la Cruz Verde se ha convertido en un teatro llamado “La Antigua Mina” que abre durante las noches de verano.
Hacia 1940 la industria minera tiene un gran auge en las minas que en el Puerto de la Cruz Verde se trabajan. Son minas ubicadas en la Sierra de Guadarrama, en el Puerto ya mencionado, que se ubica colindante entre los municipios de San Lorenzo de El Escorial y Robledo de Chavela. El mineral de ellas extraído, es la magnesita, utilizada en la liturgia, la construcción e incluso la fotografía.
En dicho puerto, existen actualmente sólo los vestigios de lo que por aquellos, ahora ya, antiguos cuarentas, fue toda una obra minera. Hornos, transformador, carros mineros, vías, malacates, y por supuesto, el poblado minero, hoy se viste de escenario, cobrando vida en la parte exterior de las oficinas, volviéndose un teatro a cielo abierto que celebra un festival anual de verano, del 15 de julio al 15 de agosto, con una programación teatral variada y completa.
En la parte baja de lo que se conoce como la Antigua Mina aún se reconoce la bocamina inferior, aunque la superior, por el paso del tiempo y la cualidad del terreno se ha hundido. El abandono de actividad de estas minas produce su rápido deterioro y su inmediato tapiado es necesario debido al alto grado de peligrosidad. Recordemos la estructura de una mina, a modo de un hormiguero. Su desarrollo subterráneo con galerías excavadas manualmente, que para mantenerse debían postearse, aunque sin ser del todo definitivo, estas estructuras otorgaban un soporte no siempre seguro para permitir la extracción del mineral.
Casualmente, en las minas de magnesita, el posteado tenía que evitar estar distanciado, ya que la piedra del terreno suele desmoronarse con facilidad. Sin embargo, la humedad del mismo terreno, pudre la madera que se vuelve un material derrotado ante el peso de la piedra.
Les ofrecemos un relato documental.
Acto I.
El esqueleto de una mina, su estructura “ósea” depende enteramente de la Tierra. De sus voluntariosos e impredecibles movimientos y por desgracia nunca otorga la certeza de la seguridad absoluta. Por aquellos años en los que la energía aún no abastecía a esta industria, recordemos que es la fuerza y el trabajo humano, los que hacen que estas minas, lleguen a tener el mayor número de galerías, así como la mayor extracción del mineral en el que ellas se explotara.
Generalmente se establecía todo un pueblo minero cercano al yacimiento, para mantener de cierta manera la seguridad de la mano de obra. Solían ser comunidades que contaban con servicio médico, la oficina de la administración donde se realizaba el pago a los mineros, y en algunas de ellas, existía una tienda que abastecía a los residentes de productos básicos. La vida en estas comunidades se volvía un pequeño universo, donde el trabajo incluía el riesgo diario de no salir sino con los pies por delante.
Según el grado de toxicidad de la mina, se desarrollan algunos métodos, más o menos empíricos, con tal de asegurar la vida de los mineros. Tal es el caso del canario que se introducía a las galerías para que cantara, y en caso de alguna fuga de algún gas inoloro, si el animalito moría, fuera señal inmediata de poca seguridad y forzoso abandono.
Acto II.
Viajar por las entrañas de la Tierra, es todo un recorrido mágico. Mezcla la incertidumbre con la sorpresa. Es muy interesante reconocer cómo el hombre ha desarrollado métodos para extraer de ella elementos que pueden beneficiarnos en diferentes campos. Pero la extracción no es sencilla. A pesar de la mecanización de una mina, sus galerías no siempre pueden ser recorridas por carritos macizos sobre rieles de vías. Es enfrentarse a la oscuridad de un gigante que, sin previo aviso, puede sacudirse, reacomodarse, o sencillamente reclamar lo que es suyo.
Es precisamente esto lo que determina el grado de peligrosidad de una mina: su verdadera dueña es la naturaleza. Existen lo que mi abuelo llamaba “tiros” que eran boquetes que se provocaban por la exagerada creación de galerías. La Tierra, al dejar de tener su soporte íntegro, pierde su completa solidez, y provoca esta especie de pozos, que se abren al paso. La trágica idea de presenciar uno, me impresionó tanto que impidió siempre el atreverme a descubrir una mina abandonada a la que de niños nos acercábamos a curiosear.
Algunas tardes, para la merienda caía alguna historia de aquella vida de minero en la que definitivamente mi abuelo siempre repetía: “no todo lo que brilla es oro”.
Acto III.
Supimos también que la mina fue usada para escondrijo de algún rufián. Lo que nunca supimos fue si el botín aún sigue dentro. Actualmente, la tapia parece exigir el respeto para su descanso. Ahí quedan también las historias de las lesiones mineras como increíbles documentos médicos que rozaban con los milagros religiosos. Dentro queda también, el ingenio, el humor y la valentía de los que recorrieron sus galerías. Los carritos mineros se han quedado a contemplar el valle y las montañas.
El óxido avisa el paso del tiempo. Hoy, aguarda que llegue el fin de semana, para verse visitado por gente que venga al teatro. Escuchará los aplausos y los confundirá con alguno de los derrumbes de las galerías que tan celosamente guarda. Vivirá tres actos. Introducción, nudo y desenlace. Y sentirá que el esplendor de sus años vuelve con forma de actores en lugar de mineros. Recordará que no todo lo que brilla es oro, pero a sus ojos volverá a tener un brillante tesoro: El Teatro.