«El cementerio se prepara. Las flores descansan coloreando los jardines, los secretos duermen o suben al cielo. Aquí nadie nos responde directamente, pero hoy se llena de vida el lugar.»
Hay un día en particular en donde los cementerios son visitados para recordar a aquellos que ya no están. Con motivos de celebraciones religiosas, el día 1 y 2 de Noviembre, los cementerios se visten de flores multicolores, y en algunos países, según las tradiciones locales, sirven de sala de espera, donde con comida, se cree hacer una tertulia para los espíritus de los fallecidos que “vendrán a comer y pasar el día” con los vivos.
El arte de la escultura de los cementerios parece encontrar en el mármol su más fiel aliado. Sin embargo, el clima, el olvido y por desgracia el vandalismo en alguno de los casos, lo vuelve víctima del tiempo. Lo deteriora o lo añeja, al grado de envejecerlo y confirmar aquello de “aunque de jade se rompe”.
El Cementerio de San Justo en Madrid, aloja en sus laberínticos jardines, historias y lápidas de personajes ilustres. Mujeres y hombres, que aún después de fallecidos, dejaron huella en nuestras vidas y de los cuales ni sospechamos que descansan sobre el llamado Cerro de las Ánimas, en Carabanchel.
Haciendo un recorrido por estos nostálgicos jardines, el silencio a veces se interrumpe por el hilo musical de uno de ellos, donde la música clásica, toca con cuerdas tristes y el ambiente se vuelve delicadamente frágil.
Las lápidas registradas con una caligrafía perfecta tallada en frío mármol, datan con fechas varias, pero las más antiguas pueden acercarnos a la fecha de 1847, en que este recinto fue concluido.
La piedra parece llorar, lamentando la pérdida y el único consuelo se encuentra en la aparente compañía de otros en similar situación. Pero, el Día de Todos los Santos, o el de los Fieles Difuntos, parecen secar por unos minutos sus lágrimas para permitirse oler las fragancias florales que inundan los jardines. Aunque, como diría Ramón Gómez de la Serna “las rosas se suicidan”, las diferentes flores que protagonizan el día, inyectan una pizca de vida a un sitio tan lleno de vacío.
Así, entre rosas, margaritas, nubes, gladiolos, crisantemos, claveles, lilis, galas y muchas más flores de nombres variados, las esculturas tristes parecen erguirse para intentar alcanzar el sol. El gris de los jardines se viste con color. De esta manera quizá también, el recuerdo acerca más a los que creemos, que al morir hemos perdido.
El recuerdo, entonces se vuelve un fuerte lazo que mantiene la vida, la huella, el paso breve de nuestro recorrido por este mundo.
En otros lugares, como en México, se celebra a modo de una “reunión”, en la que a través de un altar decorado con flores de la temporada de vívidos colores ámbar y fucsia, se sirve una serie de platillos que al difunto venerado le agradarán, así como algún caprichillo es decir, alguna cerveza, un buen tequila o una caja de cigarrillos. Este altar suele tener también una foto del difunto y como imprescindible las velas para que iluminen su camino e identifique su altar. En este altar también es donde podemos ver unas esculturas de azúcar de cráneos, con dulces y coloridas decoraciones que muchas veces suelen tener el nombre de los miembros de la familia. Al terminar la velada, los platillos, la bebida y los dulces son saboreados, y se dice que es así, ya que durante la noche, el espíritu venerado ha venido y ha disfrutado de ellos, llevándose el espíritu de los mismos.
En estos días, los panteones suelen por la noche tener una luz fulgurante, donde es imposible perderse. Seguro que las almas encuentran perfectamente su camino.
Estos jardines, ya sea con geométricos nichos, con barrocas esculturas, o sencillas cruces de madera, muestran la humildad que nos es común a todos. La melancolía se refugia en los árboles que con sus ramas también lloran. Aquí parece que el cielo está más próximo, que la nada se toca, que la piedra habla.
Los ángeles simulan anunciar algo: Sus alas rígidas resisten al viento y los niños van de su mano. En estos recintos podemos encontrar leyendas de cortas vidas, de tan sólo algunos días, pero suficientes para herir corazones.
Con una organización a modo de coordenadas, los jardines de San Justo son clasificados para poder localizar con mayor facilidad algún sepulcro. Los nichos cuentan con una numeración que asoma en la parte superior. Y a pesar de sus expansiones, es fácil poder encontrar dónde yacen algunos personajes ilustres.
Son interesantes las historias que se pueden escuchar en estos jardines. Las flores discretas que nunca revelan quién las deja. Los secretos que la piedra guarda.
Aquellos que recurren a la flor de plástico para eternizar el color, pero aún así, es poco fácil competir con el tiempo. Los amores callados. Los amores que ni la muerte separa.
Qué misterio hay en ese estado que llamamos muerte. Esa subida al cielo o al sueño profundo. Nos separa con la promesa de una futura reunión.
Recordamos aquella historia de la eterna flor callada que aparecía en un sepulcro siempre en la misma fecha. La misma flor, el mismo color y el mismo día. Así durante muchos años. Hasta que un día dejó de aparecer y con ello el misterio aumentó. Hay quienes aseguraban saber la identidad de quien la llevaba. Pero no pasa de mitos y leyendas. Hoy el sepulcro luce orgulloso de aquel secreto que lleva consigo. De saber quién llevaba aquellas flores y ser el único que lo sabe.
El cementerio se prepara. Las flores descansan coloreando los jardines, los secretos duermen o suben al cielo. Aquí nadie nos responde directamente, pero hoy se llena de vida el lugar.