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Una tradición ancestral que habla de la muerte: Día de muertos en México

El Día de Muertos en México es una tradición que ha trascendido a nivel mundial por su colorido, el peculiar ritual que conlleva y lo curioso del personaje principal que es la propia muerte.

Desde civilizaciones precolombinas, existe una consideración (más que adoración) a la parte de la muerte como un proceso importante y del mismo peso que la vida. Así se asignan deidades para elementos naturales y también para la vida y la muerte.

Existe también un pensamiento mágico religioso sobre lo que simboliza la muerte como un segundo mundo o bien un inframundo, en el que las almas tendrían que librar ciertas pruebas para poder encontrar un descanso justo, correspondiente a sus actos en vida. Si bien, esta percepción es muy similar a la que mantenían los Egipcios, incluso sobre aquel famoso libro de los Muertos donde se describía hasta el peso del corazón “bueno” para poder alcanzar el paraíso. En la civilización de los aztecas, encontramos toda una cosmología sobre trece cielos y nueve inframundos, que correspondían a las consecuencias de una buena o una mala alma. Existe la incorporación de animales, como por ejemplo la de un perrito que ayudaba a las almas a cruzar un río, pero debía ser de color bermejo, pues los perritos negros o blancos no podrían ayudar a las almas a vadear las aguas.

De esta manera, y con una detallada explicación de su realidad, la muerte se vuelve una etapa importante tanto como el nacimiento.

De la fusión con la religión Católica, muchas deidades prehispánicas, así como templos y tradiciones, son renombradas con los nombres que la religión brinda. Así, una Diosa Madre, se convierte en una Virgen Madre a la que se le rinde gran culto.

La tradición del Día de Muertos intenta aliviar el duelo de aquellos que se han ido antes “al otro mundo”. Colocando los llamados altares u ofrendas, se “ofrece” al difunto una pizca de lo que tanto le gustaba de la vida, para poder compartirlo con sus seres queridos.

Y a la tradición se le suma, el ingenio mexicano, en el que José Guadalupe Posada, artista y maestro del Grabado, empieza la realización de caricaturas políticas que criticaban al poder, representando al pueblo como un esqueleto. Quedarse en los huesos por la pobreza, vestir trajes pero aún en huesos, es parte del símbolo de una sociedad que resiste.

La famosa Catrina nace de toda esta lucha de tinta. Una calavera, femenina, que viste opulentos trajes y que es querida y respetada por todos, ya que tarde o temprano, a todos visita. Catrina, de catrín, término con el que se le calificaba a aquellos que pretendían vestir inmaculados, pulcros o bien planchados, aún sin tener para comer. Los catrines, surgidos en la época del Porfiriato mexicano, un gobierno en el que se intentó acercar al país al máximo a continente europeo, incluso se impone como moda usar bombín, bastón, pantalón a rayas y el bigotito engominado, perfectamente recortado, en el caso de los varones, las gasas, los volantes, los sombreros al estilo pamela, y boas de plumas o marabúes, para las féminas.

Diego Rivera, famoso muralista mexicano, le otorga un espacio en sus muros a la Catrina, en aquel conocido autorretrato del “Paseo en la Alameda”, donde un Diego niño, va tomado de la mano de ésta.

La Catrina se vuelve entonces un sinónimo de la muerte, y en las celebraciones del 1 y 2 de Noviembre, se representa con dulces de azúcar con forma de cráneos, decorados con azúcar de varios colores que la mayoría de las veces suelen tener el nombre de los miembros de la familia o a quienes pertenezca el altar.

 

La gastronomía también se presta a esta festividad, pues se realiza un pan en esta fecha, conocido como Pan de Muertos, cuya esencia de azahar, le añade sabor a la celebración, y representa en su forma huesitos y un cráneo, que están estrechamente relacionados con los puntos cardinales.

La poesía no puede faltar en estas ocasiones, y es muy común que se hagan rimas o versos que tengan que ver humorísticamente o sarcásticamente con la muerte de manera presente, involucrando a todos los miembros de la familia, la situación social o política, o alguna noticia “viral”.

El día 1 de noviembre se dice que vendrán los difuntos mayores y el día 2 los niños. El incienso o copal, purifica el ambiente e impregna el aire de un olor característico que quien ha vivido un Día de Muertos en México, identifica. Las velas se encienden entrada la noche para iluminarle el camino a casa a quienes vendrán “del otro lado”.

Las flores típicas y endémicas ya pintaban los campos los meses anteriores, y ahora, en estas fechas le dan ese color tan especial y característico a los altares . La flor de cempasúchil, con su encendido color amarillo servirá de guía para las almas, cuando las velas no estén encendidas, el color las guiará. La flor terciopelo, con sus incesantes y arremolinadas formas, contrasta con el cempasúchil.

Todo está preparado. El altar listo. La tertulia empieza y de esta manera, se estrecha relación con una etapa de la vida que difícilmente se entiende en cualquier cultura. Sin embargo, en México se respeta, se celebra y se entiende como parte de la vida misma. Conectando el pasado con el presente y enraizando las tradiciones, esta celebración invita a conocerla y disfrutarla in situ.

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