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Pan y circo entre mazapanes y espadas. Circo Romano de Toledo

El Circo Romano de Toledo, así es, esta ciudad también contó con un gran circo.

Toledo es muy reconocida por su artesanía del damasquinado, los mazapanes cuya receta se dice es secreta y las espadas que algunos aseguran son pertenecientes a las series de moda.

Gozando fama además de las pinturas del Greco y su bien conservada arquitectura de corte medieval tan socorrido para reportes fotográficos de boda, Toledo aún guarda muchos más sitios que seguramente sorprenderán a quien la visite ávido de Historia.

Tal y como lo contamos en nuestro Mundo Recorrido de la antigua Red Hidráulica de Toledo, hoy les sorprenderemos con el Circo Romano.

Sí, así como lo leen, esta ciudad también tuvo un Circo Romano donde cuadrigas dirigidas por los llamados aurigas compitieron con la velocidad de las jaurías ante los posibles siniestros, ante unas gradas saturadas de elogios o abucheos, y ante un podio donde la nobleza disfrutaba de los juegos.

Protegido por un parque, las ruinas de este coloso descansan solitarias, como esclavas de la urbanización que por necesidad e ignorancia destruyó gran parte de este Patrimonio de la Humanidad. Aunque se han iniciado labores de rescate, la imponente estructura de sus arcos, luce cansada. Pero aún así, invade a quien la contempla, sobre la magnitud original de aquella construcción.

Actualmente “roto” por una avenida que cercenó la mitad del circo, las ruinas de algunos arcos delimitan claramente la curvatura del circo. Incluso es posible identificar escaleras que conducían probablemente a las gradas donde patricios humildes contemplaban aquellos entretenimientos de la época denominados los juegos magnos, o Ludi Magni.

Como otros circos, es probable que este, presenciara luchas de gladiadores, carreras de cuadrigas, batallas de animales salvajes, espectáculos de acróbatas, bailarinas o cantantes, pero se descarta totalmente la naumaquia, es decir las batallas navales, ya que por su tamaño se cree que no tuvo el acondicionamiento para ese tipo de espectáculo.

La construcción de los arcos sorprende con su composición de cal y canto, donde las piedras parecen reunidas y amalgamadas por el sólido concreto que hasta nuestros días hace que permanezcan en pie.

Recorrer estos arcos despierta la imaginación sobre quiénes vieron sus paredes como nosotros. Sobre lo que habrán presenciado: El público aclamando embravecido los espectáculos, los aplausos, los gritos de la muerte, el olor de la sangre en la arena, los cuerpos descompuestos de los cadáveres tanto de animales como gladiadores o víctimas indefensas, los animales enjaulados asustados y nerviosos, y el olor de la multitud pasando la tarde o los días expectantes, los sudores corporales del esfuerzo del guerrero por salvar su vida, el hedor masivo de los cuerpos expuestos al sol o a la lluvia, mezclados con el olor a comida que, a modo de aperitivo se degustaba mientras se contemplaba el espectáculo.

Actualmente calificamos como sanguinarios y crueles aquellos eventos, acontecidos en este tipo de recintos que se denominaban “juegos”. Pero si los analizamos por un segundo, son el entretenimiento de un pueblo que concentra sus tragedias personales en sentirse aliviado por no estar en la situación de los que estaban en la arena. O bien, un entretenimiento que era utilizado como una estrategia política para ganar adeptos o votos en las próximas elecciones públicas. Así que del todo, no nos son situaciones tan ajenas a nuestros tiempos. La vida en aquellos tiempos se reducía a pocas metas por cumplir. Un total carpe diem.

Aunque los gladiadores que luchaban se sabe que eran esclavos o presidiarios, también se registraron civiles que sin delito alguno se unían a las escuelas de Gladiadores para asegurar su vida al menos en riquezas efímeras que les propiciaban comida, un lugar protegido para vivir y el añadido de los servicios sexuales, con el que este gremio contaba. Los lanistas, como se le llamaba a los “entrenadores” de gladiadores, podían ganar mucho dinero con ellos, así que en realidad era un negocio rentable, siempre habría esclavos, presos o voluntarios, y su única labor era “cuidarlos” y entrenarlos lo mejor posible para resistir invictos el mayor número de asaltos. Existen crónicas que describen que debido a la demanda de esclavos o presos para estos espectáculos, se instituye la pena de “condenado a la arena” incluso por cargos menores como insultos.

Se relata también, que en estos espectáculos se desarrollaron instrumentos mecánicos de gran avance que sorprendían por su innovación y que si esa misma tendencia hubiese sido utilizada en el ejército Romano, jamás habría sido derrotado.

También se dice que se llegaron a gastar millones de Sestercios (moneda de la época que algunos expertos han valorado en 0,20 céntimos de euro), un exceso para una sociedad que solamente demuestra que los excesos no son para nada benéficos.

Séneca, el único filósofo que estuvo toda su vida en contra de estos espectáculos, narraba con una descripción exacta su posición respecto a ellos, al charlar con un espectador que defendía el espectáculo. El filósofo pretendía indagar sobre qué movía a la masa a presenciar situaciones tan sangrientas, crueles o pervertidas. En muchos casos la justificación era que el que protagonizaba el espectáculo era un delincuente, a lo que Séneca respondía sabiamente sobre por qué ser el público el castigado con presenciar actos tan denigrantes. Una buena reflexión.

El Circo Romano de Toledo sueña con su espada de madera, el rudi, quizá con mangos damasquinados, que le era otorgada a los gladiadores a los que se les concebía la libertad por tantos méritos adquiridos en sus breves carreras, y de esa manera, ser liberado de ese protagonismo secundario al que está confinado.

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