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Palacio de Linares, uno de los edificios con más encanto de Madrid

El Palacio de Linares. El Olimpo Madrileño. Testigo amoroso de Psiqué y Melpómene.

Existe un lugar en el antiguo “barrio de los banqueros”  que se erige como un suntuoso palacete colindante con la hermosa y emblemática Cibeles, la magna Puerta de Alcalá y la convergencia de las calles de Recoletos, Gran Vía y Alcalá.

El palacio, que tardó nada más y nada menos que dieciocho años en verse totalmente listo para contemplar como vigía aquel importante cruce urbanístico, fue también morada de una familia con una historia que sobrevivió al paso de los años como una de las leyendas que todo aquel que quiere conocer Madrid a fondo, no puede omitir.

Como un verdadero sobreviviente, este edificio, padeció la leyenda trágica de sus primeros dueños, la fatalidad de la Guerra Civil, el abandono y el olvido de la posguerra, para superar el cadalso de la demolición al que estaba condenado, renaciendo como el magno ejemplo arquitectónico del que disfrutamos hoy.

La construcción de esta imponente  vivienda inicia en 1872, según los registros  existentes, que comprueban con ello la adquisición de un solar destinado a un pósito de grano para la ciudad que fue demolido. Del mismo modo, existen registros de todo el retraso temporal, debido a percances o indecisiones que modificaron su construcción, por artesanos, arquitectos, pintores, o incluso el transporte de los materiales.

Con una fachada majestuosa con relieves de piedra caliza traída desde Novelda, Alicante, el interior del Palacio fue cuidadosamente vestido por los pinceles de artistas nacionales, fomentando con esto un ejemplo de mecenazgo, que curiosamente contrasta con el cambio de última hora de la elección de mármol español por italiano para embellecer su interior.

Sus dueños, conocidos como Los Marqueses de Linares, título concedido por la adhesión y el apoyo político que mantuvieron hacia la dirección del Rey Amadeo I de Saboya, eran la familia de Los Murga.  Familia de la nueva burguesía isabelina o alfonsina, que mantuvieron con recelo la intimidad y privacidad de sus aposentos, que por la época podían ser visitados por aquellos que así lo desearan, aún si no fueran allegados a la familia.

Francisco Mateo de Murga y Michelena, fue un comerciante vasco de tabaco que forjó su riqueza principalmente  del tabaco y las tabacaleras en Cuba. Casado con Margarita Reolid y Gómez, inculca a su hijos, Joaquin, Eduardo y  José, la búsqueda del amor verdadero, que gracias al respaldo económico del que gozaba la familia, podría disfrutar sin penas aquejadas por los inconvenientes que acarrea carecer de ello. Y la leyenda se gesta.

José de Murga así lo hizo y la casualidad y el tabaco que tanta importancia tenía en su familia, lo acercó a la hija de una cigarrera de Lavapiés llamada Benita Ortega cuya hija era graciosa y guapa, y conquistó el corazón del joven José.




Orgulloso de su triunfo sobre el amor, José de Murga le anuncia a su padre el nombre de la mujer que le ha robado el corazón. Don Mateo, frunce el ceño, nervioso al escuchar aquel nombre y le sugiere a su hijo ir a Londres, y con ello alejarlo inmediatamente de aquella imposible candidata. El viaje de José de Murga se ve sorprendido por el deceso de su padre y al no ver ningún impedimento evidente, contrae nupcias con Raimunda.

Pero, pasados algunos años, una carta de Don Mateo, dirigida a Don José  sacude toda la tranquilidad del Palacio de Linares, como nido de amor. En ella, Don Mateo confiesa con letra temblorosa pero firme, la paternidad de Raimunda. Ambos cónyuges son hermanos. Se dice que desde aquel momento el Marqués habitó una planta del Palacio y la Marquesa otra. Viviendo juntos sin estarlo del todo.  Y entonces las paredes del Palacio retratan su vida como si de un autorretrato se tratara. El alma, Pisqué, aquella musa griega, se enamora de Melpómene, que la seduce con sus canto, para hundirse en la tragedia. Teniéndolo todo, la felicidad se aleja como el horizonte. La persiguen y parece ser que consiguen atraparla, para cuando casi la alcanzan volver a ver cómo se escapa.

Y la leyenda continúa, pues se cuenta que sí que tuvieron una niña, para la que construyeron aquella casa de muñecas que preside el jardín como una pequeña mansión. Pero el misterio y los rumores hacen eco de la tragedia, haciendo correr versiones de fantasmas que como el humo de un cigarrillo se dispersan en el tiempo.

Actualmente se puede visitar este palacio para contemplar sus íntimos rincones e incluso, quizá en la biblioteca, nos parece ver al Marqués, dirigiéndole unas letras a su amada, al conocer aquella fatídica noticia que da nacimiento a la leyenda.

Mayo, 1860

Querida Psique (permite, Munita mía que te bautice como en la mitología):

Enciendo un cigarro, con ese lazo que ha unido nuestros destinos, en un camino de tabaco. El humo se disipa rápido cuando lo exhalo, se consume aún más veloz quizá por la tristeza que me invade. La tinta parece tardar en ser absorbida por el papel, y probablemente algunas de mis lágrimas contribuyan a su retardo. Aquello de que los marqueses no lloran, verás tú que es una falsedad. Esta mañana, topé con una carta de mi fallecido padre dirigida a mi. Me costó reconocer su letra, pues mostraba rasgos de un temblor en los trazos de mi nombre y más en nuestro apellido. La abrí nervioso y expectante. Quizá una última voluntad o un último consejo paternal me aguardarían.

No entraré en detalles Psique,  pero no puedo extirparme el corazón. No puedo controlar lo incontrolable, y el amor se vuelve un tónico culpable que amarga el paladar. Melpómene entra en escena. Toca el ambiente con su canto y su armonía musical. Su voz, parecida a la tuya, endulza mis oídos, pero me avisa que nuestro amor tiene una muralla de distancia más larga que los campos que ven madurar el tabaco, otra vez, el tabaco de este cigarro que se extingue rápido.




El amor se flagela si se vuelve fraternal. Combatiré mis sentimientos, evitaré arrastrarte a una vida que castigue, pero jamás dejaré de profesar el amor que te tengo. El que no vuelva a expresarlo no significa que haya muerto. Te prometo dejar testimonio de ello en cada pared, en cada muro, en cada rincón de nuestro refugio. Y por la eternidad, la paradoja de amar sin amar, nos perseguirá. El perdón, es lo único que nos curará Psique. Melpómene nos alecciona que tenemos todo lo que podríamos desear, pero a nosotros, siempre nos faltará algo. Algo, que nada puede comprar y es, que alguno  de los dos volviera a nacer para volvernos a encontrar. Quizá en otra vida será.

Te amaré eternamente Raimunda mía, mi Munita, mi Psique, sólo mía.

Tuyo siempre, José.

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