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Templo de Debod de noche

Templo de Debod: un pedazo del Antiguo Egipto en Madrid

El corazón de una piedra. Historia de un Templo Egipcio en un país ajeno. Hablamos del Templo de Debod, un edificio del antiguo Egipto localizado en Madrid.

Imagina un sol brillante, de ese que te hace entrecerrar los ojos, de tanta luz que casi te ciega. Imagina un paisaje de húmedo aire, que sopla arena mientras la temperatura arrecia. Imagina, con esas circunstancias, el trabajo para mover bloques de piedra de más o menos una tonelada de peso, para erigir un templo. En él, se agradecerá a deidades naturales, se narrará historias sobre ellas, y se dejará escrito, para asegurar que perdure.

Imagina que el cincel golpea exacto, para generar el trazo redondeado, perfecto. Así, como un tatuaje llevarás parte de la historia. La piedra que no sea escrita será pilar, no menos importante de este lugar.

Imagina, que cada mañana antes de que el sol asome, se prepara una ofrenda. Imagina cómo la piedra perdura y ve pasar el tiempo, y con ello padece diferentes modificaciones, pero su esencia sigue en pie.

Imagina, vivir nueve meses sumergido en agua, y los tres restantes activo para lo que se ha edificado.

Imagina, ante la necesidad, sacrificar los años de su historia, y condenarlo a vivir los doce meses del año bajo el agua, ahogando todo aquello que tanto queríamos que perdurara.

Imagina, un viaje largo, pesado, atravesando el Mediterráneo en 1356 bloques, sobre el “Benisa” para llegar a Valencia, y seguir el viaje en 90 camiones hasta Madrid.

Imagina llegar a una montaña que parece descansar y observar los atardeceres pasivamente. Esa montaña lleva en su piel los fusilamientos de una guerra pasada, y la gestación de un alzamiento militar.

Ahí, será tu nuevo hogar. Desde ahí, presidirás los atardeceres a , como le llaman en tu país de origen, al Dios del cielo, del sol y de la vida. Egipto, entonces llega en cada uno de esos 1356 bloques de piedra y vuelve a elevarse al cielo para honrar la vida.

Esta, es la historia de un templo egipcio, que hoy descansa en la montaña de Príncipe Pío en Madrid y observa sin perder su esencia nativa el paisaje madrileño: El Templo de Debod.

Templo de Debod de noche

Templo de Debod de noche

Así, resistente a todas las inclemencias del tiempo, este templo se mantiene paciente a cada una de las estaciones.

Mientras paseas como si estuvieras en una burbuja de cristal, con lluvia de polen primaveral, descubres este Templo que puede confundirse con una réplica. Pero observarlo detenidamente te permite ver su autenticidad, y entrar en él, te constata su viaje. Su historia. Con líneas limpias sobre la piedra, distingues figuras esbeltas, jeroglíficos mensajes que quisieras descifrar y paredes que simulan ser hojas de papiro. Manos que ofrecen flores o reciben rayos de luz, de poder, de vida.

Se pueden distinguir perfectamente las manos sujetando un Ankh, el jeroglifo de la esencia de la vida, que encierra este significado por sus formas, ojival en la parte alta, que representa a lo femenino, y el asta representando a lo masculino, unidos en un solo elemento, que se vuelven una conjunción. Como complementarios. Como aferrarse a la vida.  Así, aprietan estas manos ese símbolo y la piedra parece ceder incluso a la fuerza de esos puños, de esa fuerza que los ha vuelto ahora eternos.

Ese sello distintivo de dibujar la figura humana mezclando las perspectivas, el torso de frente, los pies y el rostro de perfil, como si quisieran atrapar la imagen en movimiento, como si narraran que se mueve, que lo que la pared nos cuenta, habla de figuras animadas. Los dedos ondulados, simulando el movimiento de recibir o regalar. Los trazos que dejan entrever la similitud con el agua, con aves, con ojos. Toda una alegoría egipcia aquí en Madrid. Toda una oportunidad de acercarte al tiempo pasado. De sorprenderte con el corazón de una piedra que aún late, que sigue latiendo, como recién esculpida.

La intriga asalta al pensar lo que estas piedras habrán visto. Los papiros que llenaríamos con sus crónicas. Tener la oportunidad de verlas tan cerca como el mismo escriba lo hizo, te hace sentir privilegiado. Seguir los trazos, es reconocer la destreza de aquellos hombres y mujeres que captaron pictográficamente lo que veían. Es su modo de ver lo que les rodeaba. Su grado de abstracción, su grado de detalle, encierra la sencillez y la complejidad. Un trazo aislado que simboliza un concepto, al unirse con otros ya es toda una idea. Un cuento con toda una estructura de principio, desarrollo y final. Como una obra en actos, se revela aún mostrando cámaras aparentemente vacías. Estas salas, destinadas todas a estos rituales mágicos, con sus bloques armados arquitectónicamente sin aparente aglutinante, sino con cortes que encajan unos con otros, resultan poco fácil de creer que carguen tantos años consigo y sigan en pie.

Existe un pequeño problema al que se enfrenta este monumento y es la temperatura ambiental que afecta a la piedra. Aunque se han realizado y se siguen realizando esfuerzos para climatizar su interior, el corazón de este recurso se ve afectado por la diferencia de humedad que llega a modificar sus “latidos”.

Disfrutemos respetuosamente de este legado, escuchemos sus años y seamos conscientes de que nada es eterno y aún de piedra, se rompe.

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