Sevilla es una de esas ciudades que se describe oliéndolas. Huele a azahar, a naranja y a sorpresa.
En ella se mezclan capítulos de arquitectura variada y parece de repente retar los conocimientos de Historia del Arte. Leer de este viaje te invitará a querer descubrirla y olerla por ti mismo.
Con un casco arquitectónicamente antiguo, te deleitará tu paseo recorrer sus callejuelas cercanas con la estructura también antigua, laberíntica y estrecha, edificada de esta manera para poder protegerse del sol. Te sentirás como paseando por el tiempo, constatando esta sensación al ver repentinamente coches de caballos, y su galope a modo de castañuelas. Con suerte verás en el coche a guapas sevillanas que se trasladan a alguna tertulia. Con sus melenas recogidas en geométricas y perfectas coletas guardadas en moños y adornadas con estas grandes flores, sus rostros coquetos sonríen y se enmarcan por largos pendientes. ¡Hermosas pinturas vivientes que hacen alusión al maestro Julio Romero de Torres! Morenas de fuego o rubias de sol, las sevillanas son el óleo exacto de la Sevilla de azahar, del olor suave y seductor. Los chóferes de estos coches, suelen llevar también el traje típico andaluz, y por supuesto guardar hasta el último detalle incluyendo el sombrero cordobés.
Recorrer Sevilla por la tarde es dejarse llevar a un paseo sorpresa. Caminar sus calles quizá te permita ver, si alguno de sus portones está abierto, la maravilla de patio sevillano del que tanto se habla, pero nada se compara con verlo: azulejos, plantas y las típicas sillas de madera son los elementos básicos. Generalmente ubicados al centro de las casas, que a modo de corralas se levantan, concentran la parte más fresca y el olor de las plantas, donde el azahar raramente faltará, preparando su esencia para impregnar el lugar.
Sus bares son sin lugar a dudas los más acogedores, donde el ambiente nunca falta y nadie es excluido. Regentados en su mayoría por los mismos dueños que conocen personalmente a su clientela, al ser un viajero te tratan con calidez y te hacen sentir como si te conocieran de siempre.
Tiza en mano, el dueño de la barra comienza la cuenta. Es muy común y maravillosamente eficaz que sobre las barras, de madera o metal, esa tiza apunta cada una de las consumiciones de cada grupo o persona que se encuentra en el bar. Nunca faltará dónde apuntar, pues las barras son grandes, y nunca hay espacio al error, pues cada que sale la consumición, la tiza apunta la cantidad, para cuando pidas la cuenta sólo se proceda a sumar, y al liquidarla , bayeta en mano se limpie y vuelta a empezar: ¡Siguiente ronda!
Aquí cabe mencionar “Casa Palacios”, que además de ser un bar es una tienda de productos típicos sevillanos en cuanto a vinos, quesos y embutidos de la zona o cercanos, se refiere. Es de carácter melancólicamente antiguo, con sus repisas de madera exponiendo todos sus productos alineados, con el antaño envolviendo el presente y sus trabajadores uniformados. Cuando pides una caña puedes ir preguntando sobre alguna sugerencia de un queso o un embutido para llevar en la tienda, y para que te convenzas más te darán una prueba para constatar que sea de tu agrado. En la parte del bar, el episodio de la tiza no se hace esperar, puedes tomar tu cañita afuera en alguna mesita alta por si quisieras fumar, pero tu lista de consumición con la tiza te espera. Cuando te despides en este bar, hasta la despedida es una cálida promesa, pues sus trabajadores suelen decir un “hasta pronto shiquillos”, que te dan ganas ya de regresar.
Si te dejas llevar por sus barrios antiguos, los más cercanos a la Catedral, encontrarás entre el susurro de sus calles, un punto rítmico constante que marca, pareciera, sobre una tabla. Una guitarra sesga notas, las llora, las canta, y ese punto marca, constante sobre la tabla. Escuchas entonces una voz, a modo de guía, que ordena, impera, sobre aquella guitarra, la batalla, o lo que parece una batalla. Es como un grito de guerra. Y entonces, escuchas un ejército de zapatos golpeando como lluvia, acompasada, sobre los rieles de la guitarra que llora, que canta. Instintivamente nace en ti la curiosidad por ver de dónde proviene todo aquello. Afinas tu oído y como un perro rastreas su origen. Sin interrumpir te descubres husmeando, por cualquier rendija, o cristal roto, al interior de aquel salón.
Descubres una clase de flamenco, donde el profesor, dirige con un bastón golpeando el suelo, mientras un músico, sentado a su lado, hace llorar la guitarra, y un ejército de bailarines, hombres y mujeres, lanzan sus afilados tacones y plantas a la madera para con su exacto golpe hacerte sentir vibrar la médula espinal. Visten informales, pero su esencia es la fuerza y la furia, y como toros en un ruedo, ensalzan una batalla de notas y golpes. Tacones, madera, guitarra, y si la emoción y la catarsis lo permite, el guía entona una desgarrada historia sobre el lunar de su amor, aquel que está en una parte que sólo él conoce. Presencias entonces todo un espectáculo de flamenco, y sientes la necesidad de aplaudir, de bailar, pues la emoción de aquella energía te ha recorrido como sangre de toro. Quizá así, al verlo tan en crudo, sin un escenario, o vestuarios con volantes y topos (lunares), sientes también en crudo su fuerza, su poder. Admiras a cada uno por la destreza para caminar por aquellas veredas artísticas que implican no solamente saber reconocer el ritmo, sino abrir su alma y exteriorizarla incluso, en cada clase.
Estos capítulos son muy comunes, así como los anuncios que encontrarás en cualquier poste, o muro de anuncios, donde con papelitos desprendibles, te llevas el número para contactar y por qué no, intentar una clase de flamenco. Sigues llevando el ritmo de aquellas notas y los golpes en la madera, así que puedes reposar tu camino en cualquier punto a orillas del Guadalquivir. Dejar que tu corazón amaine en su emoción y experimentar la hora mágica que se vuelve una explosión de relajación si la esperas con el paisaje de los barrios aledaños que despiertan a la fiesta. Así, Sevilla huele a noches limpias de farra y comida. Huele a tardes de clases de flamenco en corralas bohemias.
Actualmente Sevilla presenta un alto índice de demanda en Semana Santa para presenciar in situ sus pasos religiosamente cargados con parafinas y ricas vestimentas con rococó de hilos de oro y plata para sus imágenes, como claras tallas barrocas, casi siempre en madera esmaltadas.
Pero sus días posteriores, Sevilla parece ir despertando después de tanta actividad. Sus calles quedaron barnizadas por la parafina de los pasos y se nota cuando los coches que las transitan al girar o realizar maniobras con sus neumáticos emiten sonidos de la fricción a modo de silbidos. Incluso hay un brillo en sus adoquines que ni siquiera el sol puede eliminar del todo. Las iglesias aún guardan los pasos protagonistas para que los puedan contemplar los visitantes, o incluso adquirir algunos de los velones de la alegoría a modo de bendición. Es increíble la belleza de las tallas, generalmente, las de las Vírgenes, con esos rostros perfectos, invadidos por sus lágrimas, que se vuelven, aún siendo de madera o cristal, el “agua” del dolor. Sevilla, huele a esa parafina de los pasos religiosos y barrocos, sobre los adoquines derramada.
Es una ciudad que tiene una de los mejores circuitos ciclistas urbanamente hablando, así que si te gusta andar en bici, aquí puedes hacer el tour en bici de una manera segura y sin perderte ningún punto de interés. Se vuelve una ciudad con una circulación muy variada, en donde en un semáforo podrás ver coches de caballos, bicis, coches y personas, todo perfectamente organizado.
Y descubres que su aire huele a tapeo, palmas, imanes, castañuelas y exaltación de lo “típico español” o typical spanish. Visitada por personas de todo el mundo que vienen en busca de la típica postal de los flamencos bailando, Sevilla te da mucho más.
Huele a “prueba y atrévete”. Sevilla tiene una gastronomía rica y variada más allá de los “pescaítos fritos” tan típicos en la región. Tienen caracoles que si nunca lo has hecho, tendrás que probar. Aquí es donde entra el olor “prueba y atrévete”. Deja de lado las imágenes que tengas arraigadas, déjate llevar y descubrirás un sabor realmente delicioso. Incluso adictivo, verás que después no podrás parar. Es una tapa muy común en los bares de Sevilla, sí, sí, los mismos que te apuntan tus consumiciones con la tiza, así que déjate aconsejar e inténtalo. También tienen las famosas “cañaíllas” que son los caracoles de mar. Otro “prueba y atrévete” que te aseguro no te defraudará. Son una tapa magnífica para el aperitivo.
De estos capítulos de “prueba y atrévete” también descubrirás el famoso vino de naranja típico de aquí. Poco fácil de encontrar en otros sitios, o imposible. Es un vino, de carácter dulce, similar a un jerez, con un toque de naranja que al degustarlo deja un rastro cítrico en tu paladar e invade tu olfato por unos segundos. Se suele servir en catavinos y se acompaña con la tapa de las codornices a las que llaman “pajaritos”. Son codornices fritas, que nuevamente aplicando el “prueba y atrévete” no te dejará indiferente.
Así, puedes echar una tarde de vinos y pajaritos, que con el paisaje sevillano se complementa muy bien, por ejemplo con la Torre del Oro como anfitriona. Esta Torre que además alberga material museístico naval, arquitectónicamente es una edificación de defensa que solía construirse siempre a orillas de ríos, para prever la llegada de navíos no conocidos. Contemplar el paisaje desde la torre es una visita recomendada. (Ver foto en la portada)
Para cerrar con broche de oro esta ciudad, mencionaremos la maravillosa e imponente escultura llamada Metropol Parasol, que es públicamente conocida como “las Setas” por la similitud de sus formas con este fruto. Es una escultura que regala unos maravillosos juegos visuales con sus sombras y en sus cercanías encontrarás tiendas con verdaderos tesoros de arte. Anillos con césped en lugar de piedras preciosas, platos con tatuajes pintados a mano, libros de poesía, juguetes de origami o revistas hechas a mano como publicaciones de souvenir que incluyen una fiesta para los sentidos. Lo único que no incluye ninguna tienda para llevar es el olor de esta ciudad. Sevilla, es un juego azaroso de sorpresas, naranja y azahar.
Y para finalizar, queremos dejar a modo de recomendación una amplia lista de lugares para hospedarse en la ciudad de Sevilla.